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- Tardebuena
El capítulo de 'Perdidos' titulado 'La constante' está reconocido como el mejor de la historia de todas las series televisivas. En él, buscando con la vida en juego un qué, quién, cuándo, dónde y por qué que pudiera ser común tanto en su rutina en Londres como en una isla en medio del Pacífico, Desmond implora perdón a Penny pidiendo su número de teléfono y prometiendo que no llamará hasta la tarde de Nochebuena de ocho años después. No es para menos. Antes de las distracciones que siempre traen los langostinos de la cena, el rey leyendo un teleprónter y el chiste malo que ha preparado tu primo para la ocasión, la tarde de Nochebuena es lo que de verdad nos posiciona respecto a cuánto hemos cambiado nosotros y nuestras circunstancias en el año que termina. Haces hueco para una trona al poner la mesa, miras el sitio sin cubiertos de ese padre o esa abuela que ya no volverá o reflexionas por un instante sobre ese problema que, seguramente no fuera para tanto, te daba vueltas a la cabeza el ante - Las Vacas Sagradas
Como decimos en León, «el buey suelto bien se lame». Y quien dice buey, dice vacas y ganado en general, entre los cuales no tienen cabida las mascotas urbanas. En ese relamerse deben andar las vacas que campan por la Cepeda. Todos los animales tienden a regresar a su origen natural. Liberad de movimientos, hermosas vistas y buena dieta. No hay color entre el pienso sanders y las briznas de hierba que eligen mientras van triscando. Además quién sabe si en su deambular, surge alguna aventura amorosa; porque como es natural, les gusta que les acaricien las tetas. Un buen compañero podría ser el «toro, torito..» al que cantaba el Fary con fervor. Un «bisho» elegante, pinturero y romántico, bañado por la luz de la Luna en la dehesa. Detrás de todo esto, puede estar la desmotivación de la gente del campo por el asedio a la ganadería y agricultura por parte de la UE, de los ecologistas de salón y el títere de Sánchez que baila al son de Úrsula, las oenegés, Marruecos, Venezuela, la República Domini - Fast fashion (o el arte de ser una inconsciente)
Esta semana se me han roto definitivamente unos pantalones vaqueros que me encantaban y que hace que los tengo por lo menos 10 años. Mientras tijera en mano los troceaba para hacer trapos y cosas de esta índole, pensaba en que los pantalones vaqueros siempre se rompen cuando más bonitos están y más cómodos quedan; qué contrariedad. El encanto de los bienes duraderos no solo consiste en que contribuyen a una economía doméstica saludable. Además, en contra de quienes piensan que hay que trabajar el desapego, fortalecen las zonas de confort de nuestra vida cotidiana. Estas zonas a menudo son la tabla de salvamento de días que pierden sus nombres en las fauces del averno. Al margen de que esto sea una gran verdad poco reconocida por las últimas generaciones, yo, que soy miembro de ese club selecto que le coge cariño a la ropa, no solamente me han rechiflado los pantalones vaqueros; mientras más viejos, mejor. También algunas camisetas que parecían eternas, chaquetas de punto, zapatillas de lona lavada - Lo pastoril en las Navidades leonesas
A partir de nuestras observaciones de ya muchos años de indagación en el ámbito campesino leonés, hemos ido detectando que la clave de lo pastoril está my presente en la celebración de las Navidades en no pocas áreas de la provincia de León. Nos encontramos con la presencia de los pastores ya en el arte medieval, representados de modo muy hermoso en las cúpulas románicas de la basílica de San Isidoro, en una de las más hermosas escenas (acaso, la más hermosa) de esas bellísimas pinturas murales de las bóvedas del panteón real. La escena que los representa es la llamada del ángel ('angelus a pastores'), anunciándoles el nacimiento de Cristo, del Niño Dios. Ellos, con sus ganados, en un espacio natural salteado de árboles y arbustos, son plasmados, con una lograda policromía, en un 'locus amoenus' de tipo paradisíaco. Tal impregnación de lo paradisíaco en esos «pobres pastores de ganados» de que hablara el gran poeta palentino Jorge Manrique aparece también plasmada, en una copla anónima - Los (más) miserables
Como tantas veces en esta contemporánea y casi cincuentenaria historia política patria y ante los numerosos casos de corrupción sentenciados, por sentenciar y en proceso de investigación, ha venido a mi mente el adjetivo «miserables». Y con él, el vago recuerdo de la novela de Víctor Hugo «Los miserables» que, por mejor recordar, me llevó a ver la película de igual título de 1958. Mas, aun todo, comprobé cuál de las acepciones fijadas por el DLE se ajustaba más y mejor al sentimiento de repulsa que me provoca tal evocación. Tardé poco, pronto me identifiqué con la primera de las cinco dadas: «Ruin o canalla», es decir, «vil, bajo y despreciable» o «persona despreciable y de malos procederes». Regresé a Víctor Hugo, a «Los miserables», a su «¡Oh destino implacable de las sociedades humanas, que perdéis los hombres y las almas en vuestro camino! ¡Océano en que cae todo lo que deja caer la ley! ¡Siniestra desaparición de todo auxilio! ¡Muerte moral!» y ética, añadiría yo, pue
23/08/1946 